La poesía tiene
que llegar, me dije cuando me avisaron que la carretera a Tuxtla estaba cerrada
por un paro de transportistas. Andrea y yo estábamos en San Cristóbal de las
Casas. Después de haber pasado unos días en Villahermosa, llegamos a las
montañas de Chiapas por esas carreteras de vistas espectaculares pero curvas de
vértigo. En Tabasco, donde todo está dominado por el trópico y las hormigas, impartí
un taller de creación literaria y presenté Del
rojo al purpura acompañado del poeta Audomaro Hidalgo.
Fueron días de
calor extremo, de luz tan intensa como la voz de los pájaros al amanecer, por
lo que el frio de la sierra de Chiapas nos caería muy bien. San Cristóbal de
las Casas, ciudad fundada en 1528, fue capital del estado hasta finales del
siglo XIX y casi desde entonces, en ella convergen las más de doce etnias de la
región, pero sobre todo tzotziles y tzeltales, además de italianos, españoles, argentinos,
peruanos, musulmanes, judíos, alemanes y muchos más que pueden hacer de la
ciudad un ejemplo de convivencia que ni siquiera la ONU habría podido mejorar.
El fin de
semana previo a la siguiente presentación de Del rojo al púrpura en el sureste mexicano, todo había transcurrido
con normalidad en San Cristóbal, Andrea y yo habíamos visitado cuanta cafetería
nos encontramos, desayunado croissants y cenado tamales de chipilín. Habíamos
comido tasajo con pepita, mole y cochito. Habíamos pasado las tardes
conversando con Paz y Cecilia Vergara en Maya Kotan, taller de mujeres
mayas tejedoras, quienes crean textiles con la antigua tradición del telar de
cintura. Fueron días de tanta paz que parecía imposible imaginar aquello tomado
por el EZLN veinte años atrás.
Así
que la llamada de Dylcia Camacho, directora del Instituto Tuxtleco de Arte y
Cultura, horas antes de la presentación en el Museo de la Ciudad de Tuxtla, donde
más tarde me reuniría con los poetas Fabián Rivera y Socorro Trejo Sirvent,
quienes opinarían sobre el poemario, respectivamente: “Naró es cercano, es
transparente y la literatura necesita transparencia, necesita que los autores
están dispuestos a compartirse” y “Del rojo al púrpura será indispensable para
leerlo en los momentos en que deseemos buscar en nuestro corazón los deseos más
íntimos”.
Al
escuchar a Dylcia decirme por teléfono que la carretera estaba tomada por trasportistas,
me pareció una realidad tan distinta a la que había vivido en San Cristóbal, la
otra cara de la moneda, pensé. No te preocupes, llego al evento así me vaya
caminado, le dije, y no estuve muy equivocado. Andrea y yo metimos los libros
en una maleta, nos fuimos a la central de autobuses y ahí nos dijeron que había
taxis colectivos que llevaban a la gente hasta el límite del paro. Junto con
tres niñas y dos mujeres, abuela y bisabuela de las menores, nos embarcamos a descender la sierra.
San
Cristóbal de las Casas tan sólo está a 47 kilómetros de Tuxtla, menos de una
hora en auto, pero el taxista hizo casi dos horas por caminos alternos, con precipicios que hacían desconfiar del joven veinteañero
que conducía a la velocidad de un último recuerdo. Vaya más despacio, joven, le
dije entre los bultos de las señoras y con el codo de una de las niñas metido
en las costillas, Natalia, era su nombre, le sonreí y ella apenas me miró con
sus ojitos de relámpago.
Vicente,
nuestro chofer, condujo hasta donde terminó el camino de tierra y tuvo que
buscar la manera de llegar a la carretera, unos metros antes del primer retén.
Aquí ustedes se bajan, nos dijo, cruzan caminando el paro y del otro lado habrá
taxistas que los llevarán a Tuxtla. Le oímos decir antes de que arrancara
derrapando su auto compacto y nos dejara en mitad de la nada.
Eran
las 2 de la tarde, el sol cumplía su oficio y los zopilotes volaban a unos
metros de nuestras cabezas. Nos esperaban cinco kilómetros de caminar sobre la
capa asfáltica, con media botella de agua en el bolso, una maleta llena de
libros, tres niñas menores de 8 años y dos abuelas tan ligeras como los
tlacuaches que cada tanto cruzaban el camino, nos miraban con asombro y se
perdían del otro lado del monte.
Peores
de afilados tenían los dientes el centenar de hombres que tenían tomada la
carretera, azuzados por el líder de la cooperativa exigían al gobierno seguir
siendo los únicos en ofrecer el servicio de transporte, no estaban dispuestos a
compartir el botín con Avisa, la nueva competencia que daba mejor precio a los
usuarios. Los hombres nos vieron pasar con menos asombro que los tlacuaches,
íbamos asoleados y deshidratados con la poesía a cuestas. Pasando el nudo de
sus reclamos y gritos, encontramos una infinita hilera de vehículos de carga,
transportes y taxistas que, por el triple del valor nos llevaron a Tuxtla e
hicieron que la poesía llegara.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y
narrador. Del rojo al púrpura, un
clásico de este siglo, vuelve más púrpura que nunca @RNaro
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