Volver a Monclova es encontrarme
con los amigos. De nuevo descurbrir una ciudad distinta, que crece y se
fortalece a ritmo acelerado. Una ciudad tantas veces fundada y vuelta a fundar,
capital del estado Coahuila y Texas en 1833, declarada la Ciudad Imperio del
Acero por sus yacimientos de carbón y mineral de fierro de sus tierras, ciudad
que ha dado y sacrificado tanto por el progreso.
A Monclova volví el
pasado 24 de octubre. De nuevo crucé sus calles, me bebí el sudor de su
atmósfera, mordí el polvo de sus plazas y vi la gran humareda que nutre al
cielo de nubes. Fui invitado a la Feria del Libro que cada año organiza la Biblioteca
Harold R. Pape, del Grupo Industrial Monclova, conglomerado de empresas que
preside el Lic. Gerardo Benavides Pape. La feria reunió a más de 85 editoriales
y realizó presentaciones de libros, conferencias de escritores, talleres y un
sinfín de actividades.
Este
año, fui con mi libro de poesía, Del rojo
al púrpura. Mi evento se llevaría acabo a las 19 horas del mismo viernes que
llegué, procedente de la Ciudad de México. No fue un viaje accidentado, sólo
desmañanado, pero como estoy acostumbrado a levantarme a las 4 de la mañana a
escribir, pensé que sería lo mismo. No contaba con que dormiría mal, sólo de
pensar que no escucharía el despertador y me seguiría dormido hasta las 7 de la
manñana, hora en que estaba programado mi vuelo a Monterrey.
Tampoco
recordaba lo que es salir de casa a las 5 de la mañana, con el viento de la
madrugada en contra. Esperar el taxi y aguantar 40 minutos más arriba del
avión, sin movimiento, a la espera de autorización para el despegue. Apenas con
unos pocos cacahuates en el estómago llegué a Monterrey, donde un auto me esperaba
para llevarme a Monclova. Casi dos horas de camino escuché al que conducía
contar tantas historias de narco y terror, de mujeres y antros, que no me
permitió pestañear ni un minuto. Además, hablaba con ese acento rápido, cerrado
y pujante caracteristico de los norteños, el cual me obligó a poner mayor
atención, hasta el dolor de cabeza.
Cuando
por fin llegamos al hotel y Antonio Sonora, por teléfono, me dijo, “qué bueno
que llegaste, al mediodía te entrevistará Rogelio Aguilar del Periódico Zócalo”,
supe que por fin vería una cara conocida. A Rogelio lo conocí en mi primer
viaje a Coahuila, por ese entonces, él era un lector de poesía que estaba en
primera fila cuando fui a Monclova a presentar Los días inútiles, después lo volví a ver con El orden infinito y años más tarde en la presentación de Cállate niña. Ahora me lo encontraba
como periodista y editor de la sección Arte Zócalo.
La
entrevista, una de las mejores que me han hecho, deribó en una conversación de
giros inesperados, en los que Monclova siempre estaba presente. Hablamos de los
libros que nos han marcado, de las lecturas que nos han ido formando. Leímos
poesía en el lobby del hotel donde estábamos. “¿Puedo leerte algo de lo que he
escrito?”, me dijo. “Claro”, le respondí. Celular en mano –gesto propio de su
generación– escuché sus arrebatos amorosos, las minucias de sus anhelos, el
coraje de la sangre vertida en las arenas del desierto. Me habló de su
infancia, de un destino que a veces se empeña en apretar más sus ataduras. Me
habló de sus mujeres, su madre, su novia. Discutimos sobre el futuro. “Todavia
voy al río Monclova”, me dijo, “como cuando era niño y veía el agua correr a
raudales. Voy cuando siento que me asfixia el desamor que se empeña en perseguirme.
Sólo que ahora veo las cabriolas del polvo en las que se ha vuelto el río de mi
infancia”.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco,
1967. Poeta y narrador. Del rojo al
púrpura, es su libro receinte de poesía | @RNaro
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